El salto del gigante
Puede que no tenga mucha idea de balonmano, pero mi experiencia me dice que se me da bien calar a las personas. Así que este escrito no va a referirse al deporte por el que yo estoy escribiendo y por el que usted me está leyendo, a pesar de la habilidad que demostró ayer el Helvetia Anaitasuna para hallar los huecos que hicieran pedazos la formidable 6-0 del Bada Huesca, o pese al ritmo velocísimo impuesto en la Catedral por el cuadro navarro, o su superioridad en la faceta ofensiva, o ese atacar sin descanso y con suma efectividad, como un martillo pilón inagotable, que acabó desquiciando a la defensa oscense. Cuando el partido se mecía ya a pocos minutos del final en las manos de los blanquiverdes, los contraataques locales seguían siendo fulminantes, y eso demuestra dos cosas: que en esta liga nadie nunca baja los brazos y que, por tanto, confiar en la inercia es un mal consejo; y que la pasión que tiene este equipo por horadar la portería de los rivales alcanza cotas memorables.
Pero permítanme que hoy les hable de Arthur Pereira. Arthur William de Souza Pereira es un joven de 26 años que ayer se erigió como el puntal más destacado en la vanguardia del Helvetia Anaitasuna. Si quieren datos, hay de sobra: 12 goles ante el Bada Huesca (92,31% de efectividad), dos inclusiones consecutivas en el 7 Ideal de la Liga Sacyr Asobal (que habrán de ser tres, o reuniremos firmas para interponer una denuncia colectiva en los juzgados), líder destacado en la tabla de goleadores del conjunto pamplonés (38 tantos) y segundo en la clasificación general de la liga… No renunciemos tampoco a las evidencias: carece del olfato en la dirección de los ataques del que gozan Juan del Arco o, sobre todo, Ander Izquierdo, y en ocasiones lanza a puerta existiendo opciones más prometedoras, pero es, sin duda alguna, el killer que todo equipo desearía tener entre sus filas. Un puñal que, cuando está afilado, siempre clava sus golpes en el bajo vientre, donde duele, donde mina la resistencia de los contrarios, que sufren sus estocadas con alteración y pensando en qué podemos hacer para frenar la sangría.
Todo eso es un compendio de cifras y datos a los que pueden llegar si devoran las estadísticas o se recrean en los resúmenes semanales de las mejores jugadas. Sin embargo, yo les quiero mostrar la faceta más importante de Arthur Pereira. Al menos, la más importante como persona, y no como jugador de balonmano con un 92% de efectividad en el último partido, un apunte frío como el acero. Hay varios aspectos que cabría resaltar. Uno: todos los deportistas celebran sus éxitos, ya sean pequeños o grandes; todos, desde Chocarro hasta el más benjamín de nuestra base que ahora viste la camiseta del primer equipo, aprietan los puños, cierran los brazos y lo celebran con sus compañeros tras colar un balón en la portería. Pero Pereira, además de todo eso, corre hasta el banquillo si le toca cambio y, aun habiendo agotado esa adrenalina inicial, continúa festejando el gol, como quien viniera de una lesión y hubiera recuperado las buenas sensaciones de antes, o como quien se desquitara de la rabia de un error precedente. Y esa actitud revela unas ansias desaforadas por seguir creciendo como profesional, por rebasar cualquier barrera en una progresión a la que no poner límites, por una adoración cuasi enfermiza por la victoria, por borrar de la mente cualquier idea de rendición. Aunque no marcaran, denme deportistas así. Los quiero a todos en mi equipo.
Dos: de origen brasileño, llegó a Pamplona hace unos meses tras sus dos temporadas en el BM Guadalajara. Esta no es su casa, no conocía la ciudad, no tenía relación con sus futuros hermanos de vestuario, ni tampoco había recibido aún los aplausos de la Catedral y de la afición del Helvetia Anaitasuna. Ayer, no obstante, con seis partidos en el calendario y solo tres duelos en nuestro pabellón, se levantaba del banquillo y, con la mirada puesta en la esquina más alejada de las gradas, alzaba los brazos y reclamaba vigor en el público, respaldo hacia quienes se estaban esforzando en la pista y, con todo el sudor y el aliento de su cuerpo, luchaban para que el tercer triunfo consecutivo subiera al casillero. Y eso tiene un nombre: entusiasmo. Es una pasión por este deporte tan grande que hace que ansíes que todos los demás la compartan contigo y que ni uno solo se niegue a colaborar por conseguir que los sueños se cumplan. Denme también profesionales así para mi equipo.
Tres: este trabajo e ímpetu por alcanzar las victorias y por lograr que toda Pamplona grite gora Anaitasuna no se acaba en la cancha de juego ni en las horas de entrenamiento. Avezado en las redes sociales, Arthur Pereira crea vídeos que después nos comparte a los servicios de Comunicación del club para que apremiemos a la afición a acudir a los duelos, a vibrar con los goles, los suyos y los de sus compañeros, a emocionarnos en las rectas finales igualadas, a descargar la pena de los hombros de los jugadores cuando el ahínco y el buen juego no llegan a puerto, y a repartir entre todos la alegría en los instantes de alborozo, para que la piña que se forma en la cancha tras cada triunfo se convierta en un grito ensordecedor que gane fuerza desde cada asiento. Tanto es así que ayer pedía 3.000 verdes, cuando en la Catedral solo caben 2.500 almas. Es ese fervor ingente que le pone a todo lo que hace la tercera razón por la que lo quiero en mi equipo.
Seguro que habrá más. Pero solo llevamos seis jornadas. Denle tiempo para coger carrerilla.
Asier Gil es reponsable de Comunicación y Marketing de la S.C.D.R. Anaitasuna.