Las crónicas de partidos suelen rebosar palabras épicas que, a veces, suelen tener algo de vacío. En este caso, no es así. Ha sido una tarde que no se va a poder olvidar nunca, en la que los veteranos y los jóvenes han vivido una misma sensación, la de estar en un lugar donde nunca se había estado.
El equipo ha rayado a un nivel espectacular, pero nada hubiera sido posible sin el octavo jugador. La Catedral ha apretado como nunca y ha hecho que el equipo haya ido en volandas, empujado por esa fuerza invisible que llega desde la grada. La suma ha sido un partidazo que sirve para estar en la final de la Copa del Rey.
Es el momento de dar las gracias a todos los que hacen posible esta preciosa historia. Equipo, cuerpo técnico, patrocinadores, instituciones, personal de la sociedad, directivos y, sobre todo afición. Día para disfrutar y afrontar el gran reto: derrotar al gigante, al Barcelona en la gran final.