Solo en el área

El hambre y el miedo

¿Saben qué es un carrusel de emociones? Sí, efectivamente, es uno de los clichés más manidos de la historia del deporte. ¿Pero saben también qué es? Es la unión de varias sensaciones, a veces incluso contrarias, que salen a relucir cuando en una pista de juego, un estadio, una cancha, dos equipos miden sus aspiraciones en una pugna donde no hay cabida para dos vencedores. Hoy voy a hablarles del hambre y el miedo.

Hambre es un conjunto de jugadores que ascienden a la máxima categoría y buscan con ardor demostrar que los sueños se cumplen. Hambre son dos partidos sin puntuar en un arduo comienzo de liga. Hambre es entrar a la Catedral por vez primera y creer en la actitud. Sí, por supuesto, confiar también en el trabajo previo, en la preparación, en el análisis al rival… Pero, por encima de todo, encomendarse a un espíritu de superación, a valerse del hambre para esperar el pitido inicial y comerse entonces a dentelladas un escenario en el que hacer enorme el triunfo. Hambre es endosar un parcial de 3-0 nada más pisar el parqué. Hambre es quemar las naves, porque en el exterior del pabellón solo te espera un autobús negro en el que regresar de noche a Torrelavega. Hambre es no querer más noches tristes.

Miedo es comenzar un calendario con tres jornadas criminales y llegar a la cuarta con un vacío en el casillero y una oquedad terrible en el ánimo. Miedo es tener más que perder, porque la victoria es obligada. Porque estás en tu casa, con los tuyos, con tu público. Miedo es salir ante un recién ascendido y ver que las cosas no funcionan, que la maquinaria se atranca. Miedo es que te tiemblen las rodillas al recoger otro balón de la red. Miedo a fallar de nuevo, a que te empujen fuera de la posición que mereces y que te has ganado tras años de esfuerzo. Miedo a que no lleguen los resultados y empieces a sentir el frío del fondo de la tabla. Miedo es también un parcial de 3-0 en contra y pensar que se reabren las heridas. Miedo es dudar de uno mismo.

Habrá muchos que no lo llamen miedo. ¡Habla de presión, hombre, de la tensión por lograr la primera victoria de la temporada! No, se llama miedo. Una aprensión de la que no sentirse avergonzado, pues pocas huellas emocionales habrá tan inherentes a un ser humano al que siempre se le exige que avance y que no se detenga. El miedo se afronta, se combate, se supera. Se planta un muro en la defensa y se le dice al rival: si tú no tienes las suficientes armas para derrotarme, no te vas a llevar nada de la Catedral.

Avisaba Quique Domínguez en la previa del partido que el Bathco BM Torrelavega tenía jugadores y habilidad para ganar en Pamplona. Por lo que se vio ayer en su juego, no las suficientes. Escasos de ideas en ataque, la sangría frenaba cuando los blanquiverdes cerraban atrás los huecos y el balón se estampaba contra las manos de Juan Bar. En los 20 primeros minutos, el marcador no contabilizaba los tantos de unos y otros. Marcaba la línea que dividía el hambre del miedo. Los dos tenían hambre y los dos tenían miedo. Pero los visitantes pusieron su insaciabilidad en la balanza y arrasaron con el vendaval con el que sacudieron la pista del pabellón pamplonés, envalentonados también por comprobar que el Helvetia Anaitasuna no podía controlar su miedo.

Por fortuna, las tornas cambiaron cuando el cuadro navarro, casi sin reponerse del intercambio inicial de golpes, comenzó a imponer sus galones y su profesionalidad. Cuando los cambios que salían a escena lo hacían con un hambre voraz en sus brazos. Arthur Pereira demostró que los lanzamientos exteriores ponían de rodillas a un rival que suplía con un arreón de ahínco lo que le faltaba de experiencia para evitar colisionar con la defensa local. El miedo todavía latía en el ambiente, pero el hambre le ganaba terreno. Corría con grandes zancadas cuando Juan del Arco y Nicolás Bonanno se erigían como los baluartes de la retaguardia, o cuando Ander Izquierdo se hacía con la dirección del ataque, o cuando se confiaba en la acción de los extremos, que volaban y herían cual estiletes en medio de una refriega de encontronazos. O cuando, por encima de todo, el respaldo bajo palos de Juan Bar aportaba el plus de confianza con el que vencer definitivamente al miedo.

No fue un partido para enmarcar, pero sí para reparar en los errores y aprender de ellos. Asimilar que el valiente gana siempre más que el apocado. Constatar que, en los minutos finales, la igualada es peligrosa, sobre todo si enfrente se tiene a un equipo sin miedo a nada y con hambre de todo. Sobre todo, si el miedo volvía a atenazar las articulaciones y hacía olvidar el hambre de victorias. El pundonor de Helvetia Anaitasuna se salvó esta vez, pero únicamente se han andado cuatro pasos de un camino largo y escarpado. Sin embargo, los dos primeros puntos suponen un antídoto contra el miedo y un acicate para conseguir que jamás se sacie el hambre por enorgullecerse de los triunfos.

Asier Gil es responsable de Comunicación y Marketing de la S.C.D.R. Anaitasuna.

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